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miércoles, 25 de noviembre de 2009

Hay muchas veces en las que pienso que la mitad de las cosas que me pasan son inventos de mi cabeza; y sinceramente muchas si lo son. La gran mayoría de las veces si lo es.
Pero hay algunas que no pueden negar la acción de otras personas. Hay cosas que pasé que puedo afirmar no fueron provocadas por mí (o quizás si, quizás hice o dije algo que lo provoco). Por que hay cosas que si fueron reales y no parte de mi volatil imaginación, cosas asi como los meses compartidos con Guadalupe, la realidad cuando le decia a Francisco que era mi best, o las lágrimas que lloré la primera vez que me dí cuenta que Lu había hecho demasiada presión en su muñeca y ya no estaba más entre nosotros.
Y hay algo que separa la realidad de la fantasía y es el dolor. Por que quizás toda fantasía sea una cuento, una novela o lo que mierda fuese, puede provocar dolor, al menos para mi, es por que se relaciona con algo que nos produjo la misma sensación y al recordarla ese dolor se nos hace presente nuevamente. Y así mismo toda realidad tiene una enorme carga emotiva, cualquier clase, llueven, en cada acción hay algún sentimiento entrelazado. Un paso puede dolernos, como cada vez que yo camino. Un pensamiento puede llevarnos a ese momento de nuestra vida donde nos importaba todo un choto y eramos increíblemente felices. Una palabra o una discusión, puede regresarnos a aquel tormentoso día donde sin saberlo no nos despedimos de aquella persona; pensando que, como siempre, habría otra oportunidad sin considerar el hecho de que podría no haberla.
Por eso hay algo en mi mente que siempre lucha entre la fantasía y la realidad. Lucha por saber que inventé y que no. Lucha por saber si estoy viva o simplemente me morí y estoy recordando algo que paso.
Y por eso, hace tiempo ya dejé de preguntarmelo.

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